Nixon nunca reconoció su culpabilidad ante las cámaras y eligió a un presentador con fama de gigoló y especialista en shows televisivos para que le hiciera una entrevista que anhelaba le devolviera la popularidad y quien sabe... la Casa Blanca...
Frost conocía el lenguaje televisivo al 100% y se embarcó personalmente en la aventura de buscar financiación para la entrevista por criterios puramente monetarios: el programa le daría audiencia, popularidad y por supuesto dinero.
Pero las tres sesiones de las que constó la entrevista dieron un giro a la carrera de ambos y lo inimaginable ocurrió. Merece la pena verla para reflexionar sobre periodismo y poder político, la entrevista como arma de seducción, el poder de la imagen en televisión...Temas con plena vigencia.